Siguiendo los estándares sociales, estudié una carrera. Elegí turismo, para poder trabajar en lo que me apasionaba y así lo hice durante unos años. Luego conocí al que pronto se convertiría en mi marido y nos hipotecamos, para tener algo nuestro el día de mañana. ¿Te suena? ¿Típico no? Luego me hice funcionaria, para que el trabajo tampoco me faltara nunca. ¿Quién da más?

Todo bien estable, todo bien seguro. La vida ideal soñada que a mí se me fue haciendo bola… rutinaria, monótona y gris. Vacaciones un mes al año, y el resto trabajar, trabajar, ahorrar…. y con una sonrisa bien grande, que el trabajo dignifica!

En fin, seguro que te tiene que sonar, porque veo tantas historias parecidas a mi alrededor…

Al cumplir los 40, en plena pandemia, pensando que al mundo le quedaban dos telediarios, empezó mi crisis existencial. La vida se me estaba pasando y no había previsión de cambio hasta la jubilación. Eso si llegaba, y me quedaba algo de salud.

Ahí me replantee la vida. Hice un cambio de rumbo que pasó por una separación, un cambio de amistades, la vuelta a la montaña y a la práctica de deportes de aventura y volver a viajar en modo mochilero. 

Salirse del camino da mucho miedo y genera incomprensión en el entorno. Hay que oír frases como “a tu edad y con tanta tontería” o “muchos pájaros en la cabeza tienes”.

Aprendí que puedes hacer lo que te propongas teniendo una actitud perseverante y resiliente. El miedo siempre estará ahí, pero los límites los pones tú. Los sueños hay que perseguirlos. (Topicazos, pero que son tan verdad…)

Y esta es la historia de como una “niña bien” sacó su lado más salvaje y se lanzó a organizar experiencias de aventura para otras personas que también estén hartas de la escala de grises de la monotonía y quieren poner toda la paleta de color en su vida. ¿Te vienes conmigo?