Acabo de regresar de unas vacaciones maravillosas en Indonesia, un destino que ha superado todas mis expectativas en cuanto a belleza, cultura y experiencias.
Sin embargo, a pesar de la magia de este destino, no he podido evitar sentir una mezcla de sorpresa y frustración por lo que he observado durante mi viaje: la masificación del turismo y, especialmente, la forma en que muchas personas parecen estar viajando en la actualidad.
Es cierto que Indonesia, con su riqueza natural y cultural, es un destino atractivo para viajeros de todo el mundo. Pero lo que me ha impactado es la cantidad de personas que viajaban con un objetivo en mente: capturar la foto perfecta para las redes sociales.
No me parece nada malo el querer guardar recuerdos visuales de un viaje. Todos lo hacemos. Pero me dió la sensación de que estas personas habían reducido el viaje a una serie de momentos fotogénicos, casi como si estuvieran siguiendo un guión para construir una narrativa idealizada de sus vidas en línea.
Al ver esto, me surgieron muchas preguntas:
¿Está cambiando el mundo?
¿Está cambiando la forma en que viajamos?
¿Hemos perdido el interés por explorar un país más allá de lo que vemos en una pantalla?
Para mí, viajar siempre ha sido una oportunidad para aprender, para adentrarme en culturas distintas, para conocer la historia de los lugares que visito, para conectar con las personas que allí viven y experimentar sensaciones que solo se pueden sentir al estar realmente presente. Es en esos momentos donde uno realmente se enriquece, se transforma y regresa a casa con mucho más que una colección de fotos.
Parece que, en la actualidad, el enfoque de muchos viajeros ha cambiado. Las redes sociales han creado una presión por mostrar una vida perfecta, llena de momentos «instagrameables». Y en este afán por crear contenido, muchos se están perdiendo lo más importante: la experiencia real del viaje.
La prisa por llegar al próximo «spot» popular deja poco espacio para la contemplación, para la conversación con un local, para perderse por las calles de un pueblo sin un plan preestablecido.
Indonesia, como muchos otros destinos turísticos, no es solo sus playas paradisíacas o sus templos majestuosos. Es su gente, sus tradiciones, su gastronomía, su historia. Es la sensación de pisar un suelo sagrado, de escuchar una lengua diferente, de probar un plato que nunca habías imaginado.
Estas son las cosas que no se pueden capturar en una foto, pero que se quedan grabadas en la memoria y en el corazón para toda la vida.
Me pregunto si el turismo, tal y como se está viviendo hoy en día, está perdiendo su esencia. Si hemos dejado de ser viajeros para convertirnos en meros consumidores de experiencias estéticamente agradables.
Creo que es importante reflexionar sobre la forma en que estamos viajando y el impacto que esto tiene no solo en los destinos que visitamos, sino también en nosotros mismos.
Viajar debería ser una oportunidad para crecer, para abrir la mente y el corazón, no solo para obtener una nueva foto de perfil.
Desconecta ya de las redes y conecta con el lugar al que estás viajando. Tómate tu tiempo y disfrútalo plenamente. Llénate de experiencias auténticas de las que no siempre se ven bien en una foto, pero que te marcarán de por vida.
Porque al final, lo que más recordarás no será la cantidad de «likes» que recibirás, sino las historias, las personas y las vivencias que te acompañaron en el camino.
Si estás buscando un viaje auténtico de verdad, sin masificaciones, que te permita descubrir la esencia del destino y vivir una experiencia única, te invito a que te unas a una de nuestras experiencias mochileras.